Zeus, buscando la forma de cumplir con lo prometido a Tetis, decide aparecérsele a Agamenón en un sueño con el fin de incitarlo a embestir a los troyanos asegurándole la victoria.
Anda, ve, pernicioso Sueño, encamínate a las veleras naves aqueas, introdúcete en la tienda de Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy a encargarte.
Con el fin de comprobar la valentía de cada uno, Agamenón les dice a los aqueos que pueden regresar a casa. Hera, al presenciar el éxodo de su ejército favorito, le pide a Atenea que los detenga. Atenea encomienda a Odiseo para que persuada a los aqueos de retirarse. Así lo hace, pero los discursos de Ulises y Néstor son los que terminan levantando totalmente los ánimos en sus corazones.
A la muchedumbre no podría enumerarla ni nombrarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y corazón de bronce; sólo las Musas olímpicas, hijas de Zeus, que lleva la égida, podrían decir cuántos a Ilión fueron. Pero mencionaré los caudillos y las naves todas.
Todos hombres se emocionan y se preparan para pelear. Todos menos Aquiles. Él seguía enojado y no pensaba pelear junto a Agamenón.
Los líderes parten y le piden a Zeus que los ayude en la batalla sin saber que el dios del olimpo no los va a ayudar. En cambio, este manda a Iris a avisarle a los troyanos de lo que se avecina a la vuelta de la esquina. Iris llega donde Héctor y le advierte que los aqueos están en camino con sus armas listos para la batalla.