La guerra continúa sin la ayuda de los dioses, y los aqueos van por delante de los troyanos.
Menelao vence a Adrasto, pero decide no matarlo al escuchar su conmovedora súplica y propuesta de recompensa.
Hazme prisionero, hijo de Atreo, y recibirás digno rescate. Muchas cosas de valor tiene mi opulento padre en casa: bronce, oro, hierro labrado; con ellas te pagaría inmenso rescate, si supiera que estoy vivo en las naves aqueas
De pronto aparece Agamenón, el cual lo hace cambiar de opinión, y ambos terminan de matar a Atreo.
Heleno Priámida le pide a Eneas que reanime a los troyanos para que no se rindan y vuelvan a pelear. A su vez, le pide a su hermano Héctor que vaya a buscar a su madre para enviarle un mensaje. Ella y las matronas tendrían que ofrecer ofrendas y sacrificios a Atenea para calmar a Diomedes.
En el campo de batalla, Diomedes y un troyano llamado Glauco se encuentran. Diomedes se cuestiona su identidad, así que el troyano le cuenta sobre su antepasado Belerofonte, y resulta que él había sido huésped de un familiar de Diomedes. Ante tal impresionante hecho, ambos deciden no atacarse, realizando un intercambio de armaduras en señal de respeto.
Habiendo hablado así, descendieron de los carros y se estrecharon la mano en prueba de amistad.
La entrada de Héctor a la ciudad tuvo cuatro encuentros.
Cuando Héctor llega a la ciudad a cumplir el mandado que le hizo Heleno, las mujeres de los troyanos preguntan por sus esposos. Él las invita a rezar.
Al pasar Héctor por la encina y las puertas Esceas, acudieron corriendo las esposas a hijas de los troyanos y preguntáronle por sus hijos, hermanos, amigos y esposos; y él les encargó que unas tras otras orasen a los dioses, porque para muchas eran inminentes las desgracias
Ahora se dirige donde su madre y le informa el pedido de Heleno. Además, desahoga sus penas con ella.
Pero tú congrega a las matronas, llévate perfumes, y, entrando en el templo de Atenea, que impera en las batallas, pon sobre las rodillas de la deidad de hermosa cabellera el peplo mayor, más lindo y que más aprecies de cuantos haya en el palacio; y vota a la diosa sacrificar en su templo doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo, si, apiadándose de la ciudad y de las esposas y tiernos niños de los troyanos, aparta de la sagrada Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya valentía causa nuestra derrota.
Atenea no accedió.
Luego visita la casa de París, el cual estaba cómodo con Helena. Héctor lo sermonea por ser un cobarde. y le ordena que vaya a pelear. También habla con Helena, y ella le dice que se siente culpable por todo lo que está pasando.
¡Desgraciado! No es decoroso que guardes en el corazón ese rencor. Los hombres perecen combatiendo al pie de los altos muros de la ciudad; el bélico clamor y la lucha se encendieron por tu causa alrededor de nosotros, y tú mismo reconvendrías a quien cejara en la pelea horrenda. Ea, levántate. No sea que la ciudad llegue a ser pasto de las voraces llamas.
¡Cuñado mío, de esta perra maléfica y abominable! ¡Ojalá que, cuando mi madre me dio a luz, un viento tempestuoso se me hubiese llevado al monte o al estruendoso mar, para hacerme juguete de las olas, antes que tales hechos ocurrieran!
Héctor busca a su esposa Andrómaca y su hijo Astianacte para despedirse. Ella no quiere que se vaya a la guerra, pero Héctor le explica que tiene que hacerlo.
Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo.
Finalmente, Héctor y Paris se encuentran camino hacia el campo de batalla.